Auditorio Municipal de Zaragoza
ANTECEDENTES: ORIGEN, LUGAR Y EMPLAZAMIENTO
EL lugar que ocupa hoy en día el Auditorio Municipal corresponde a los antiguos pabellones de exposiciones de la conocida Feria de Muestras de la Cámara de Comercio de Zaragoza construida al comienzo de los años cuarenta del pasado siglo en lo que vendría a ser a las afueras de la ciudad, al final de un ensanche planificado en los años treinta.
Tras cuarenta años de actividad, en los años ochenta, se constata por un lado, el progresivo auge de la Feria de Zaragoza, como por otro, la necesidad de ampliar el espacio expositivo.
Por estas causas, consistorio y Cámara de Comercio llegaron a un acuerdo por cual que ésta última adquiría, previa recalificación del suelo, unos terrenos municipales junto a uno de los nudos viarios principales de la ciudad y del nordeste peninsular. Un emplazamiento meridional a la entrada de la ciudad, sentido Madrid, próximo al aeropuerto, a la actual plataforma logística de PLA-ZA y a una futurible segunda estación de alta velocidad ferroviaria.
(1991-4)

Como resultado de éstas negociaciones y al denominado Plan Nacional de Auditorios del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte iniciado a partir de 1984 y que se prolongaría hasta la siguiente década, nacerá el Auditorio de Zaragoza.
El propio consistorio adquirió un alto porcentaje del terreno ferial urbano a desmantelar. Del antiguo recinto sólo se salvará de la piqueta el edificio principal con su icónica torre-faro, realizada en 1940-1 por los arquitectos Regino y José Borobio y José Beltrán Navarro y cuyo uso continúa siendo el de sede de la propia Cámara del Comercio.

El auditorio a erigir nació desde un principio con la necesidad de resultar versátil ya que debía cumplir la doble función de ser un equipamiento musical y dotar a la ciudad de un recinto donde poder albergar actividades multitudinarias de diversa índole (congresos, convenciones, reuniones, actos, etc) y del que adolecía la urbe hasta ese momento.
La situación elegida para el auditorio fue la trasera del solar del antiguo recinto ferial, cuyo mayor reto a escala urbana era la de responder a la estrategia de compensar y complementar el centro urbano con los distritos municipales generando una ciudad de carácter policéntrico y más equilibrada entre sus partes. Por lo que el nuevo edificio debía cualificar un espacio secundario de la ciudad consolidada, a caballo entre el casco histórico y los principales ejes de comunicación y que cerrase el conjunto de edificios públicos de alderredor. Frente al resto de equipamientos de servicios dispuestos a ambos lados del Paseo Isabel La Católica, así como al gran pulmón vegetal de la ciudad, Parque Grande, la parcela del auditorio es la única pieza que da la espalda al eje, cerrando el conjunto y en una situación de borde entre éste y las distintas escalas y usos diversos a los que se asoma, esto es: parte del graderío y varías de las torres de iluminación del Estadio Municipal de la Romareda y un gran vacío frontal y periférico como consecuencia del gran estacionamiento público en superficie anexo, rematado por torres residenciales de doce alturas.
A éstas dificultad para conformar ciudad se le añadía la de tener que compartir una de las lindes longitudinales de la parcela (110x60m) con otra parcela a desarrollar como sala multiusos que serviría de apoyo a la primera, si bien, este replanteo parcelario reducía drásticamente la posibilidad de levantar una obra como única pieza exenta de no existir un diálogo satisfactorio entre las partes ejecutoras para superar la problemática del paramento compartido.

La idea ganadora del concurso fue la de José Manuel Pérez Latorre (Zaragoza, 1947, titulado en 1979 en la ETSAC) que consistió en entender el proyecto como un gran templo público en el que el espacio sinfónico actuase como una gran caja acústica dentro de otra caja.


Con ésta idea fundamental se resolvería la hibridación requerida del espacio interior así como la cualificación externa del edificio que dignificase el entorno. La incorporación de un espacio porticado que envuelve tres de sus fachadas actuando a modo de eco o preludio de la sala hipóstila que se extiende en su interior manifiesta el carácter público y no doméstico de la edificación. El pórtico queda interrumpido por un gran machón interpuesto a sendos extremos de la hilera de columnas, haciendo las veces de elemento compositivo de transición entre el encuentro del pórtico con el medianil, en el exterior, y de franja o banda de servicios a lo largo del desarrollo de la medianera, en el interior.
Las columnas del pórtico son de planta cuadrada girada a 45 grados respecto a la alineación de fachada, siendo junto con las taquillas los únicos elementos que aportan dinamismo a una fachada de ordenación estática y seriada, cuya continuidad se extiende al interior formando un bosque de 56 columnas, ésta vez, de planta octogonal y materiales diferenciados respecto a la del exterior.
La localización de la entrada se encuentra en el lado longitudinal de las tres fachadas porticadas, siendo a su vez el lugar más elevado del terreno y el único de los frentes en contacto directo con la rasante. La disposición de cuatro paralelípedos que sobresalen respecto del cerramiento gracias a los giros mencionados de 45 grados ayudan a identificar el punto de acceso dentro de un contexto compositivo homogéneo y regularmente ordenado que satisfaga su carácter representativo. La fuga visual del cierre exterior del edificio es realizado mediante la abstracción de uno de los elementos más característicos de las casas-palacio renacentistas de la región, el voladizo con entablamento de madera.

El módulo sobre el que se ha construido el edificio está definido por una distancia intereje de 8,50x8,50 metros. De ahí arranca la disposición seriada tanto de los soportes como del cerramiento exterior. Cerramiento éste, definido enteramente por la utilización de materiales pétreos que implementan la apariencia de cella hermética y opaca a modo de tempo greco-romano. Sin embargo, el empleo de otro material local en la composición de los vitrales como es el caso del alabastro, le confiere una iluminación lateral homogénea al interior que unida a la cenital proveniente de difusores colocados entre el entrevigado (cúpulas vaídas y sesgadas en sus extremos), dotan a estos 3.800 m² de bosque hipóstilo que rodea la caja sinfónica de una iluminación natural adecuada y de gran calidad para el desarrollo de las diversas actividades para el que ha sido concebido, es decir, tanto de hall de exposiciones como de foyer.
Éste espacio intermedio conformado por los cerramientos de ambas cajas está representado con materiales directos, que trata de explicar su posición intermedia: fábrica de ladrillo y vitrales de alabastro en la cara interna del paramento exterior y hormigón visto en el cerramiento externo de la caja sinfónica. A su vez, las columnas octogonales están forradas en acero cortén en el fuste, si bien, el material empleado en la base de las columnas de éstas columnas de 15 metros anticipan el siguiente espacio interior, como así lo hiciera de manera análoga el fuste de las columnas de orden gigante de la columnata porticada realizada en ladrillo caravista.
La disposición de un techo visualmente continuo que mediante el uso de vigas de gran porte salva airosamente la envolvente de la caja interior, dejándola exenta respecto de la exterior, potencia la validez de la idea genérica de caja dentro de la caja mediante la utilización de las herramientas del lenguaje arquitectónico para dar respuesta a los requerimientos de un programa.

El sancta sanctorum del edificio es la caja que contiene las distintas salas musicales del auditorio, siendo la gran sala sinfónica, sala Mozart, la que define su espacio, ya que tanto la sala de cámara Luís Galve como la sala Mariano Gracia quedan ocultas bajo la proyección en planta de la principal a la que se accede mediante un dramático ascenso por unas escalinatas pegadas a un muro a contraplomo.
La formalización espacial de la sala sinfónica, sala Mozart, atiende a patrones netamente acústicos como si de un instrumento musical se tratara, siendo el sonido el que llena el lugar, el modulor del espacio.
Ahondando en la idea de sala sinfónica como instrumento ya definido, se adoptó como arquetipo el exitoso modelo de la sala filarmónica de Berlín, cuyo parecido es notorio. El escenario de 340 m² se encuentra rodeado un por patio de 1992 butacas que envuelve a los músicos y en el que los propios cuerpos del público actúan como elementos absorbentes del sonido producido. Tantos los quiebros geométricos como el revestimiento integral del interior en madera de Eyong continúan atendiendo a requerimiento acústicos de una sala que ha de entenderse como un instrumento musical más. Hasta tal punto es así que lámparas colgantes de la sala se diseñaron de tal manera que pueden regularse en altura para ajustar la sonoridad acústica en función de la cantidad de público asistente. El tiempo de reverberación conseguido, a aforo completo, es de 2,1 segundos.
La otra de las salas revestidas con madera de Eyong es la sala de cámara Luís Galve que con un escenario de 120 m² y un aforo para 429 ocupantes tiene una reverberación de 1,8 segundos.
Los espacios servidores del auditorio se ubican por debajo de la cota de rasante, donde se localizan los camerinos individuales, colectivos, salas de ensayo, ponencias o conferencias (según uso del edificio), servicios administrativos así como cuartos técnicos y salas de instalaciones.


SALA FRIEDRICH DE LA FILARMÓNICA DE BERLÍN SALA MOZART DE ZARAGOZA
El Auditorio Municipal de Zaragoza fue inaugurado el 5 de octubre de 1994. Desde un inicio, la obra estuvo bajo el foco de la polémica por su alta asignación presupuestaría y posterior sobrecoste (más de un veinte por ciento de desviación) ascendiendo a una factura final de unos 6.700 millones de las antiguas pesetas, unos 40 millones de euros, sin corrección incorporada.
La calidad sonora obtenida de la sala Mozart hace que intérpretes como Alfredo Kraus o Zubin Mehta califiquen al auditorio como uno de los más potentes del mundo, a la altura de Disney Concert Hall de L.A., la Folle Journeé de Tokio, Birmingham, Singapur, el Auditorio Nacional de Madrid, Granada, Santander o el Palau de Valencia.
Hoy en día, tras la celebración de la Exposición Internacional del agua en 2008 la ciudad dispone de un Palacio de Congresos, sin embargo, el acertado diseño y funcionalidad del auditorio, así como un arrendamiento más asequible hace que las empresas, la propia Cámara de Comercio y artistas, en general, prefieran hacer uso de este equipamiento en contraposición a un Palacio de Congresos licitado inicialmente por 54 millones de euros y que acabaría saliendo por una factura de algo más de 83 millones de euros.
Michael Jackson utilizó uno de los camerinos del Auditorio Municipal en el concierto celebrado en el vecino Estadio de la Romareda en 1996.
