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La tendencia hacia Baco

La sección de texto que se expone a continuación forma parte de

un estudio que contenía otras dos partes más (época y autor) como ejercicio de acercamiento e iniciación a la estética que tuve que realizar durante mi primera época académica vinculada ya al mundo de la arquitectura, el diseño y las artes en general.

El ejercicio consistía en realizar  un breve ensayo sobre una obra 

escultórica de un autor relevante del Renacimiento que no tuviese

una extensa y accesible bibliografía tras de si, es decir, que no se tratase de ninguna celebérrima obra maestra de ahí la escogida.

En un mundo de internet incipiente de conexión a 56K esto volvía a sobrepasar una vez más los límites de los veinte tomos de la enciclopedia Espasa-Calpe de la biblioteca de mi casa y tener que recurrir a visitar la gran biblioteca de Doctor Cerrada, la biblioteca de la ciudad por antonomasia.

 

Baco Dionisio Borracho era alquién al que no terminaba de comprender cómo alquién como él pudiera ser deidad, pues la disciplina deportiva ya formaba parte del pasado y el acercamiento que tenía con tal líquido elemento con el que trataba de familiarizarme  no alcanzaba aún a comprenderlo.  

 

Así que las condiciones se dieron para conocer un poco más de todo y ciertamente aprendí mucho más de lo representado en el escrito. De ahí el motivo de recupar esta pieza tan estimulante para mi persona pues continuaba manteniéndome los ojos bien abiertos. 

Ahora ya también se comprende mejor la razón del título

AÑO DE EJECUCIÓN:       1496-7

MATERIAL:                       MÁRMOL

ALTURA TOTAL:               206 cms

ALTURA SIN BASE:          184 cms

 

Cada una de las grandes ciudades italianas durante el periodo clásico renacentista (Milano, Venezia, Padova o Firenze) se desarrollaba siguiendo su propio estilo, a excepción de Roma que permanece estéril, como si las excavaciones arqueológicas excluyeran el arte. Pero eran estos descubrimientos, los que servían de semillero de inspiración  a ésta época. La ciudad de Roma estaba sembrada de ruinas y los hallazgos de esculturas antiguas se sucedían. En su mayoría, las estatuas descubiertas pasaron a engrosar las colecciones pontificias, para lo que se dispuso el patio de Belvedere. A consecuencia del interés suscitado también abundaron las falsificaciones como negocio de lucro.

 

Fue este coleccionismo de antigüedades  – más bien, el engaño de un comerciante a un cardenal – lo que le llevó a Buonarroti a realizar su primera visita a la ciudad eterna, para así clarificar la autenticidad de una de sus obras, concretamente la de Cupido dormido - perdida en el incendio del Castillo de Windsor -  la cual fue enterrada a espaldas del artista por un comerciante, para luego  descubrirla  cómo mármol antiguo auténtico y así poder vender la pieza como antigua en Roma, al cardenal Riario.

 

Este primer contacto romano le dio ocasión para su Baco al recibir el encargado por el banquero y coleccionista Galli y que a su entrega éste la tuvo expuesta junto a estatuas de arte antiguo en el jardín de su casa romana, cerca de San Lorenzo de Damaso. Posteriormente, entre 1571-72, fue adquirida por 240 ducados por Francesco de Médicis, hoy en el museo de Bargello (Firenze). Se trata de  su primera divinidad masculina desnuda y que viene a culminar los ensayos sobre el desnudo iniciados por Donatello en su David; y seguidos por Pollaido, Antonio Rizzo y Tullio Lombardo en sus respectivas esculturas de Adán.

 

Miguel Ángel en continua lucha por conquistar la belleza, expresa sus dramáticos sentimientos por medio del cuerpo desnudo cómo exaltación de la divinidad y modo de mostrar la belleza universal, como así lo hicieron los clásicos en su momento.

 

Se trata de una obra de pronta juventud, de ejecución definida y completamente impregnada de la admiración que el artista sentirá entonces hacia las obras de la antigua Roma, expresando un especial interés en el  Apolo del Belvedere, descubierta poco tiempo atrás, 1479, causándole gran impresión que se reflejaría en ésta obra, con el que conserva parentescos notorios.

 

No obstante, el Baco que supera con creces a la escultura antigua, evoca el cruel rito de destrucción y muerte celebrado por la embriagada deidad. El Baco beodo, representa al dios coronado por pámpanos y hiedra, exprimiendo un racimo sobre su copa que levanta con su mano derecha, en posición de brindis, y aferrando, con la otra mano, una piel de pantera, elemento, que al igual que el tirso, representa la divinidad, identificándolo como dios que es. Adosado en la parte posterior, se encuentra un sátiro que se retuerce detrás de él  - gesticulante y cubierto de piel de cabra en sus extremidades inferiores – devorando con avidez los granos de uva que el dios aferra en su mano izquierda, junto con la piel de pantera.

 

 

Tolnay señala que el sátiro, los despojos y el joven e imberbe dios se entrelazan en una especie de espiral, y su contorno dibuja una línea serpenteante que hace girar en torno de la estatua a aquel que la contempla. El resultado del deslizamiento de caderas, retorcido a su vez por el complicado movimiento de torsión, es de una inestabilidad que sugiere los tambaleos de la ebriedad, que con la boca contraída y sonriente, la expresión extraviada de la mirada adormecida y la actitud de abandono de su cuerpo reproducen el efecto del natural sin acarrear deformaciones contrarias a la armonía interior, que es total. Esta posición tan desenvuelta, facilitada por el incierto contraposto que modifica el eje de su cuerpo, y la punta de su pie derecho que roza apenas la base de la escultura, incitan a ésta rotación de la mirada, anticipándose a la torsión característica de la estatuaria manierista. Miguel Ángel – cómo es habitual en él – no concibió su estatua partiendo de un punto de vista principal. Su cuerpo blando, algo ambiguo, indica un dominio y conocimiento de la anatomía humana, como consecuencia de las disecciones humanas que practicaba, ocasionándole más de un vómito como así lo mencionan en múltiples biografías.

Son por estas razones, por la que ésta espléndida obra marmórea afeminada carece de toda equivalencia al resto de sus homónimos, siendo una  de las obras más cuidadas del inmortal escultor y pintor, y en la que da pruebas de su virtuosismo, confirmándolo posteriormente por La Pietá.

 

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